domingo, 18 de marzo de 2012

Republica Federal de Chile: parte 1.1

1.1.Un territorio homogéneo: El ideal de Santiago

Curiosamente, Pedro de Valdivia nunca quiso quedarse en Santiago. Su objetivo siempre fue el sur. La conquista del estrecho de Magallanes. No sabía la enorme distancia que mediaba entre su sueño, y el famoso estrecho. Llegó hasta la Región de los Lagos, y planeó y fundó la que sería su capital: Imperial, actual Carahue, en plena Araucanía. Todos conocemos el resto. Derrotados, las huestes españolas huyeron al norte y se aprontaron a defenderse con uñas y dientes de Lautaro y sus huestes. Pero el destino dijo otra cosa y finalmente, la Frontrera se equilibró en el Río Biobío. Y Concepción, como residencia del Capitán General en guerra, se transformo en la capital de facto, mientras la Real Audiencia, por seguridad, se quedaba en Santiago, la capital oficial.

Llega la independencia y estalla el choque entre Santiago y Concepción. Pero un país sin vías de comunicación, pobre, agrícola, necesita un centro de poder fuerte. Y a partir de entonces, la historia de Chile, es la historia de Santiago.

Detengámonos aquí. Al momento de la independencia, si bien existía una cierta diferenciación regional, las jóvenes repúblicas distaban mucho de tener una conciencia nacional clara. Ni siquiera las fronteras estaban definidas. Como Imperio Español, todo era de España, asi que los límites pasaban a ser un problema como tantos entre Virreyes y Gobernadores. Además que las fronteras naturales y las distancias, hacían el resto.

El sueño de Bolívar de una gran nación americana se esfumó en medio de conflictos de interés de cada naciente cúpula de poder local. Y finalmente, cada grupo de criollos, tal cual como patrón en su fundo, formó cada nación a su entero beneficio. Como ni siquiera habían nombres claros para cada territorio, se inventaron algunos de acuerdo al gusto y el patriotismo de cada cual. Nueva Granada se separa en tres. “Ecuador”, porque estaba justo sobre dicho paralelo 0º, “Colombia”, en honor al descubridor del continente, “Venezuela” o Venecia Chica, parecía ser la única con al menos un nombre distintivo. Y el Virreinato de Buenos Aires: “Bolivia” en honor al gran prócer, “Paraguay” por el río, “Uruguay” por otro río, “Provincias Unidas del Plata”, el resto… Nombres muy claros en definir cada futura “nación” independiente.

Pareciera que solamente Perú y Chile eran los únicos territorios con, “al menos”, un nombre representativo.

Pero ¿Qué era Chile en 1818? Un pequeño territorio que empezaría en el río Copiapó al norte, y terminaba en el Biobío, al sur. Más allá, el territorio de los mapuches, el enclave de Valdivia, administrado directamente desde Lima, y Chiloé, también desde Lima (supuestamente).

Había solamente cuatro ciudades importantes: La Serena, Valparaíso, Santiago y Concepción. El resto, haciendas, latifundios y terrenos subexplotados y con poca población. Con mayor o menor grado, la población étnica era la misma, o sea, criollos, mestizos, negros, un idioma común, y solamente dos regiones climáticas: El norte, árido, y el centro, templado y mediterráneo. Un estado centralista parecía ser la primera opción, ya que el territorio no era tan grande, unos 180.000 km2, de cuales cuales, casi toda la población se encontraba entre el Elqui y el Bíobío.

Pero el nuevo país estaba lejos de ser algo homogéneo. Éramos por mucho, el país mas remoto y atrasado del viejo Imperio. Un país agrícola, disgregado, con marcadas diferencias sociales y económicas. En resumen, un país muy pobre, económica y culturalmente. Buenos Aires, Bogotá, Caracas, y por sobre todo, Lima, eran ciudades del mundo, grandes y con una élite que nada podía envidiarle a otras capitales europeas. Santiago era de adobe, de barro, de cañas, al igual que el resto, con la diferencia que en Santiago vivían las familias de los libertadores, y las mas importantes familias del país, cercanas a la Real Audiencia y el poder. Y además, una elite con ambiciones: conquista de la Frontera, y expansión a Valdivia y Chiloé, y porque no, hasta Magallanes.

Pero esto solo podría materializarse con una nación cohesionada. Y así, surge el mito de la homogeneidad del chileno. No importa donde vivas, tus raíces son, y siempre estarán, en la zona central. El huaso, la cueca, el vino tinto y la empanada. Y que mejor ejemplo y centro de la chilenidad, que la capital, resumen de todo lo que es Chile.

Puede haber sido verdad hace doscientos años. Pero las cosas cambian. Y mucho.

Para empezar, Chile necesitaba metales para desarrollar alguna industria. Y ahí aparece Claudio Gay, Ignacio Domeyko y otros a explorar las riquezas del norte. Un norte árido, desértico, sin huasos ni chacras, habitado por pueblos indígenas que habían logrado sobrevivir a 300 años de exclusión, explotacion y abusos.

Paralelamente, la conquista de Valdivia y Chiloé, la reducción de los huilliches, y al colonización alemana y austríaca en el sur.

Y tambien llegamos a Magallanes. Se cumple el anhelo de Valdivia, y llegan colonizadores croatas, rumanos, húngaros… que acaban rápidamente con onas, patagones, tehuelches y cualquier aborigen que osara pasarles por delante (de sus fusiles).

Luego, la Guerra del Pacífico, con lo que la frontera norte se expande hasta Arica, incorporando nuevos pueblos, culturas y realidades.

Y finalmente, otro doloroso capítulo aun no resuelto: la “Pacificación” de la Araucanía.

En menos de cien años, Chile es el país mas largo del mundo, 4.000 kilómetros continuados que abarcan casi todas las zonas climáticas y topográficas que se pueden encontrar en el planeta. La copia felíz del Edén.

El territorio ha cambiado. La gente ha cambiado. Han llegado nuevos habitantes, otros han sido integrados a la fuerza. Pero dos cosas siguen iguales: el mito de la homogeneidad, y la centralización política en Santiago.

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